sábado, 12 de enero de 2013

Nunca antes había enfrentado estas calles sobrio,
nunca había paseado con los sentidos en su lugar
nunca sin tambalearme de a lado,
las luces de esta noche resultan raras
cuando los postes no danzan para uno.

La verdad, sí las enfrente sobrio, pero no sólo
siempre había un pequeño ser que me guiaba
a través de esta ciudad espantosa, que crece como monstruo
que te arrastra a su vientre, a su núcleo húmedo.

Ese pequeño ser me tomaba de la mano,
me susurraba y me advertía de los baches en el camino.
Encontraba todas las rutas de escape de ellos
de sus ladridos, de sus mordidas, de sus ojos furiosos.

Un día desapareció dejando tras de sí hojas sin pisar.
Yo me arropé a la entrada de la casa,
hasta que mis monstruos me sacaron a empujones del lugar,
me arrastraron con ellos a desafiar esos ladridos fantasmales
y a los gritos de otras personas.

Ahora ando sobrio, por estas calles que he recorrido mil veces.
Hoy ante esta luz, puedo ver por fin sus verdaderos colores
mis pupilas no están dilatadas y camino sin pedir perdón
en mi mano hay otra, un pequeño ser me acompaña,

           -al final nunca estuve sólo-

Pobre hijo mío, si supiera que es él quien guía a su padre
y no al revés, que es él quien lo protege
Me paro firme, mirada penetrante,
pero es él quien finalmente los aleja.
Las ilusiones se alzan, prestas a caer
 sobre la mente de personajes despavoridos
                que corren sin atender a los colores de su llamada

la quería conocer por dentro, en su ser psicodélico,
y adentrar, siempre de negro, en sus agujeros multicolor
          un viaje misterioso a los sueños de agua

Las palabras de los personajes en su huida,
me recuerdan que soy viento, que puedo volar
    me cojo de la ilusión más cercana y espero el despegue

Alcanzarla en el atardecer 

2ª Sesión de terapia

Tengo que safar, el humo ha golpeado mi pecho duramente, me ha hecho torcerme en el piso mientras ruego agua por mi garganta incendiada. El humo sube a mi cabeza y la aturde y mi mente se hace más clara y siento su voz en mi cuello, en mis neuronas, en mis manos pidiéndome que lo deje libre. Pienso que escapar es inútil, pienso que no puedo correr y solo atino a agazaparme al suelo para que éste deje de moverse y le dé un respiro a mi sentido de orientación. Permito una vez más que todos se junten alrededor mío y jadeen ansiosos por mi carne y esperen a que caiga dormido, otra vez, para hacerse de los pedazos aun sanos de mi cuerpo.